Dietas opresoras, fascismo patriarcal

Artículo original publicado en Polilla Zine (https://polillazine.wordpress.com)

Si hay algo en lo que coinciden casi todas las mujeres* que conozco es que casi todas odian su cuerpo. Casi todas mis amigas o conocidas, familiares o compañeras de trabajo están descontentas con alguna o todas las partes que componen su cuerpo. ¿Pero cómo no vamos a focalizarnos tanto en nuestra apariencia física si todo el mundo hace comentarios al respecto? Tu pareja comenta tu cuerpo, tu familia comenta tu cuerpo, aquella persona que conociste en un viaje y te la vuelves a encontrar por la calle comenta lo guapa, fea, gorda, delgada, rubia o morena que estás. Nosotras mismas nos pasamos la vida emitiendo juicios sobre cada una de las partes de nuestro cuerpo, que nos atraviesa, que nos da vida, que nos permite seguir aquí.

Y estoy harta.

Estoy harta de que hayamos separado al cuerpo del yo, que nuestra mente se haya convertido en nuestra propia opresora, que hagamos a nuestros cuerpos sufrir, que les provoquemos dolor con depilaciones, que le hagamos pasar hambre, que les sometamos a extenuantes horas de ejercicio físico y también a agotadoras jornadas laborales. No existe una distinción entre nuestro cuerpo y nosotras: nosotras somos el cuerpo y el cuerpo somos nosotras. Esta distinción ha sido fundamental para que el capitalismo pueda existir como sistema económico, porque sin esta idea elaborada en la que distinguimos lo físico (controlable) de la razón (controladora) muchos cuerpos se habrían revelado contra la explotación de forma mucho más temprana. Para que podamos producir tenemos que sentir que nuestros cuerpos son una herramienta más de trabajo: hasta la palabra «mano de obra» incluye una de nuestras partes del cuerpo.

Millones de mujeres a lo largo del año empiezan una dieta, que (perdón por spoiler) no funciona. Todas estas mujeres pasarán horas pensando en comidas, platos, hidratos, proteínas, en horas de gimnasio, en alimentos prohibidos y en un peso idealizado que no llega. La industria de la dieta genera millones de euros al año a base de nuestras inseguridades creadas artificialmente. Basadas en un modelo de belleza que en mis 34 años de vida ya he visto cambiar, que no es algo común en todas las partes del mundo y que no es real. La mujer bella de este modelo es pequeña y debe ocupar poco en el mundo, para no estorbar, para estar agotadas de contar calorías, para que nuestras mentes estén muy ocupadas pensando en cómo bajar una talla y así no pensemos en cómo se nos explota, se nos acosa o cómo cobramos un 21% menos que nuestros compañeros de trabajo.

Es absolutamente imprescindible que nos liberemos de los dictámenes de la belleza y celebremos nuestros cuerpos habitándolos y apreciándolos tal y como son. Tiene que formar parte de nuestra revolución. Porque no existe una distinción, cuando explotamos a nuestros cuerpos estamos explotándonos a nosotras mismas, permitiendo que el sistema patriarcal y capitalista nos atraviese y nos haga más infelices.

Es necesario reclamar que todos los cuerpos son válidos y que todos los cuerpos son bellos. Sí, bellos también, porque si acabamos con el modelo de belleza normativo, finalmente podremos celebrar nuestro cuerpo, abandonar la idea constante de que es mejorable y que el día que consigamos que se parezca al de las revistas seremos felices. Pero sobre todo es importante que nos liberemos de todas estas preocupaciones de aceptación en unos cánones que nos aprietan y nos asfixian. El día que lo hagamos, que nos aceptemos, podremos respirar… o más bien, el cuerpo seguirá respirando, como ha hecho hasta ahora sin que le dijésemos nada, como ha mantenido la vida que hemos dado por sentada todo este tiempo… pero esta vez nos daremos cuenta de ello.

Image
Imagen de Carolin Caldwell

Deja un comentario